La esperanza nuclear: un barril sin fondo (II)


Ahora que ya se ha puesto en evidencia el desastre económico y tecnológico de la fisión, la Gran Ciencia y la Gran Técnica atacan cantándonos las 'maravillas' que la fusión nuclear nos aportará.

Por Juan Vernieri

Un poco de historia

En los años 80, los medios de comunicación, convertidos en propagandistas del lobby tecno-científico nuclear, anunciaban: “La fusión termonuclear, energía ilimitada”. 40 años después continúan con la misma cantinela: “En diez años la fusión de átomos de hidrógeno podría generar energía limpia y suficiente para todo el mundo”.

Entonces, España, Canadá, Francia y Japón, aspiraban a alojar en sus territorios el monstruo a construirse. Antes de acabar el año 2003 se resolvió su construcción en Caradache, Francia.

El gran proyecto experimental ITER (Reactor Experimental Termonuclear Internacional), es una instalación que lleva asociada una descomunal inversión (o despilfarro, según se mire, dada la presente situación de emergencia climática). Primero se anunció una cantidad de 3.700 millones de euros en diez años y posteriormente se aumentó hasta los 4.500 millones, además de unos costos de operación de unos 200 millones durante 20 años. Actualmente, se estima que el costo de construcción y operación podría superar los 22.000 millones, aunque también se han manejado cifras de hasta 65.000 millones.

La construcción del complejo ITER en Francia se inició en 2013 y el montaje del reactor Tokamak empezó en 2020.

La fusión nuclear es la fuente de energía más complicada, tan complicada que, hasta ahora, nunca nadie ha sido capaz de demostrar su viabilidad, ni siquiera a nivel experimental. El principio de la fusión nuclear es muy sencillo. En vez de romper átomos pesados (esto es la fisión nuclear) ahora se trata de juntar átomos ligeros. Tanto en un caso como en otro existe una gran liberación de energía, se pierde masa (1 gr. de masa convertido en energía equivale a la energía liberada por 22.000 toneladas de TNT (Einstein: E = mc2))

Para conseguir la fusión de los átomos ligeros son necesarias temperaturas del orden de decenas y hasta cientos de millones de grados. Por eso se la llama energía termonuclear.

Las temperaturas más altas alcanzadas con normalidad en la Tierra nunca han sobrepasado los 5.000 grados centígrados, concentrando los rayos del Sol, con ingeniosos concentradores solares.

Con estas grandes temperaturas necesarias comienzan las dificultades, ya que sólo se alcanzan de forma natural en las estrellas y de forma artificial en el corazón de una explosión nuclear. La realidad, por ahora, es que el único ejemplo exitoso de la energía termonuclear es la explosión de la bomba de hidrógeno, en la que se alcanza la temperatura necesaria haciendo explotar previamente una bomba atómica de uranio.

Para obtener semejantes temperaturas es necesario aportarle al tokamak grandes cantidades de energía.

El objetivo del experimento ITER es lograr que el aparato absorba 50 MW térmicos, creando 500 MW de calor a partir de la fusión durante períodos de 400 a 600 segundos. Esto significaría, si se alcanza, una ganancia que sería diez veces la potencia de calentamiento. Posteriormente habrá que conseguir que la reacción se mantenga.

Además de la temperatura, existen otros parámetros importantes que juegan un papel clave en la física de la fusión nuclear.

El TFTR de la ilustración, el 21 de diciembre de 2021 produjo 12 MW durante 5 segundos. Esto representa una relación entre energía liberada respecto a la energía inyectada de 0,33 durante 5 segundos. Aún hoy, no se ha llegado al punto en que la energía generada sea superior a la energía invertida

La fusión en Argentina

A esta altura del relato es conveniente recordar que Richter, un chiflado científico nazi, refugiado en Argentina al finalizar la segunda guerra mundial, convenció a Perón de que él era capaz de conseguir la fusión nuclear, lo que le valdría al país el reconocimiento mundial. Logró que el gobierno solventase su descabellado proyecto secreto en Patagonia, para producir energía por fusión nuclear.

En abril de 1950, el presidente Juan Domingo Perón y su esposa, la popular Evita, visitaron el enclave, aislado e inaccesible en aquel momento, la pequeña isla Huemul situada en el lago Nahuel Huapi, frente a Bariloche. La visita los impresionó.

Allí había instalado su laboratorio Ronald Richter, un físico recomendado por el prestigioso ingeniero aeronáutico nazi Kurt Tank. Como es sabido tras la Segunda Guerra Mundial, Argentina le había abierto las puertas a los alemanes huidos tras la derrota debido a la simpatía que tenía Perón por los regímenes de Mussolini y de Hitler y a su deseo impulsar con estos prófugos la industrialización del país.

No se conoce cuál era la formación científica de Richter, pero se había convertido en un estrecho colaborador de Tank, que después de 1945 trabajaba en el diseño de nuevos aviones en la ciudad de Córdoba. En un primer momento, a Richter se le ocurrió que quizá podría propulsarlos con energía atómica y más tarde le presentó al Presidente de la Nación un plan mucho más ambicioso: obtener energía mediante fusión nuclear controlada; ¡una locura!

En la actualidad, más de 70 años después, sigue siendo, en el planeta, uno de los grandes retos de la ciencia. Se está todavía lejos de demostrar la viabilidad de la fusión nuclear.

Mientras, sigue el BARRIL SIN FONDO.


La obra de arte que ilustra esta entrada es “El Doctor Richter realiza sus experimentos en la isla Huemul” de Daniel Santoro.


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