El uranio sigue ahí
El complejo Pilcaniyeu en la década de 1980. Crédito: Comisión Nacional de Energía Atómica. Por Leonardo Salgado Principios de agosto de 1978. Los diarios del mundo hablan de la muerte de Pablo VI —el primer papa en dar centralidad a la cuestión ambiental—, sucedida en Roma el día 6. Un papa que, seis años antes, en ocasión de la Conferencia de las Naciones Unidas por el Medio Ambiente de Estocolmo se preguntaba, en un mensaje a su Secretario General, «¿cómo ignorar los desequilibrios provocados en la biosfera mediante la explotación, sin orden, de las reservas físicas del planeta, incluso con la finalidad de producir cosas útiles, así como, el derroche de las reservas naturales no renovables, la contaminación del suelo, del agua, del aire, del espacio, con sus atentados a la vida vegetal y animal?»