Hacemos responsable a Rafael Grossi por las consecuencias del vertido del agua de Fukushima al mar
En la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, Agustín Saiz, del Movimiento Antinuclear Zárate Campana, señaló la responsabilidad del director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) por las consecuencias del vertido del agua radiactiva de Fukushima al mar.
Hacemos responsable al argentino al mando del OIEA, Rafael Grossi, por tomar una decisión unilateral, alentando la descarga por parte del gobierno Japonés del agua contaminada con radioactividad de Fukushima al océano Pacífico, por al menos durante los próximos 30 años, de manera constante, descartando posibilidad alguna de participación en la toma de decisión, de las poblaciones potencialmente afectadas.
Hoy jueves 24 de agosto de 2023, con el vertido de agua al Pacífico desde las centrales en ruinas de Fukushima, comienza un proceso del que no tenemos certezas cuáles van a ser las consecuencias. Expertos de ninguna naturaleza, pueden decir con exactitud qué es lo que puede pasar. Durante las próximas décadas, estaremos pendientes y expectantes de cómo evoluciona la traza radioactiva desde el agua del Pacífico, hacia los ecosistemas biológicos marinos y desde allí, por la cadena trófica, a las diferentes poblaciones, sin poder dar marcha atrás a este proceso.
Expertos independientes, como los designados por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y del Foro de las Islas del Pacífico, (organización intergubernamental formada por 18 naciones del Pacífico), han considerado como mínimo una actitud irresponsable de parte del Organismo Internacional de Energía Atómica, ya que se podrían haber tomado otras opciones más conservadoras y de menor riesgo, como lo son el hecho de continuar con el almacenaje en el mismo lugar, mientras se sigue desarrollando en paralelo alguna tecnología mucho más eficiente, que la actual implementada (ALPS) cuyos escasos resultados demostraron estar lejos de ser una solución.
Pero se eligió, aun así, la opción más barata y peligrosa, que es el vertido de las aguas en estas condiciones, lo cual, además, beneficia a toda la industria nuclearista en general, dejando asentado un antecedente muy negativo, que habilite a posteriori flujos de agua con niveles similares de radioactividad en muchas otras instalaciones nucleares alrededor del planeta, que necesitan estándares más flexibles para alivianar las diversas encrucijadas que atraviesan y no saben como resolver.
La industria nuclear siempre arrogante, autoritaria, y a la vez cobarde y ausente cuando se la necesita, incapaz de reconocer los daños que produce para intentar mitigarlos. Desde sus inicios a la actualidad, en Japón, en Argentina y en todo el mundo, nos ha impuesto riesgos innecesarios por los que jamás hemos sido consultados y que terminamos pagando con un daño irreversible sobre nuestros territorios y nuestros propios cuerpos. A lo largo de la historia, la industria nuclear se ha arrogado el derecho, incluso, de modificar sus propias normativas y estándares, unilateralmente, cada vez que le sea necesario o políticamente conveniente, para invisibilizar o relativizar el impacto de una catástrofe ya consumada.
Recordemos en línea al accionar de Rafael Grossi, el legado de otros dos argentinos: Dan Beninson y Abel González, aplaudidos y laureados por el lobby nuclearista internacional, quienes tuvieron a su cargo las comisiones cuyo objetivo fue el de reducir la cantidad de víctimas de Chernóbil a un número ridículamente pequeño, impidiendo así que la comunidad internacional tome conciencia de la magnitud del desastre y se solidarice en consecuencia. Hoy, gracias a ellos, nadie se acuerda que las nuevas generaciones víctimas de Chernóbil, siguen padeciendo los mismos problemas y enfermedades que sus padres y abuelos desde hace más de 35 años.
Con el inicio del vertido del agua radiactiva Fukushima, se inicia otro proceso lento, pero inexorable de constante impacto radiactivo sobre los ecosistemas marinos y las diferentes poblaciones de los países afectados, que, directa o indirectamente, se vinculan con ellos. Gracias a la decisión de Rafael Grossi, como conejitos de india de la industria nuclear, los pueblos afectados descubrirán solo con el tiempo, cuál es el impacto que ha provocado este nuevo experimento.
Por cada pescador que ingiera alimento radiactivo.
Por cada madre que alimente de su seno con leche contaminada a su hijo.
Por cada individuo que desarrolle alguna enfermedad, malformación, cáncer o trastorno relacionado con la contaminación radiactiva.
Para Rafael Grossi, ni olvido, ni perdón.
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