Perros de guerra


La investigación del ADN de los perros de Chernóbil podría aportar respuestas sobre los efectos de vivir en un entorno radiactivo.

Por Linda Pentz Gunter

Compadezcamos a los pobres perros (y gatos) de Chernóbil. Abandonados en 1986 por sus dueños, que huían de la catástrofe nuclear, sus descendientes viven en la Zona de Exclusión de Chernóbil, un área considerada demasiado radiactiva para ser habitada y en un país ahora en guerra.

Poco después del accidente nuclear de 1986, que vio explotar la unidad 4 de Chernóbil y esparcir letales lluvias radiactivas por toda la antigua Unión Soviética y Europa Occidental, las autoridades soviéticas hicieron un esfuerzo por sacrificar a las mascotas abandonadas. (Para los amantes de los animales que vieron la serie dramática de Sky/HBO, “Chernóbil”, este fue un episodio especialmente inquietante).

Ahora, los desventurados perros y gatos perdidos de Chernóbil se encuentran viviendo también en una zona de guerra. Las tropas rusas entraron en la Zona de Exclusión nada más comenzar la invasión, a finales de febrero de 2022, y ocuparon por la fuerza el emplazamiento de la central de Chernóbil. Cuando se marcharon, dejaron tras de sí tierra vegetal removida que alteró la lluvia radiactiva y aumentó los niveles de radiación en la zona. A medida que se prolonga la guerra, es imposible predecir si las tropas rusas volverán.

La presencia en la actualidad de al menos varios cientos de perros domésticos semisalvajes que viven en los alrededores de la planta de Chernóbil y más allá, indica que el sacrificio de 1986 no fue del todo exitoso. Los perros de Chernóbil ―y sus amigos felinos más furtivos― continúan sobreviviendo en un ambiente altamente radiactivo a lo largo de las generaciones. También hay otras amenazas, como la exposición a la rabia y las manadas de lobos que se aprovechan de los perros y sus cachorros.

Los trabajadores que, hasta el comienzo de la guerra, iban y venían diariamente de las instalaciones de Chernóbil, se han acostumbrado a alimentarlos. Una organización benéfica, Clean Futures Fund, ha puesto en marcha un programa de esterilización para intentar limitar la cría. “Es interesante observar que casi no hay animales maduros (de más de 6-8 años) en la planta, y la mayoría de los perros parecen tener menos de 4-5 años”, señala en su sitio web. “Se calcula que hay más de 700 perros y 100 gatos que residen en la zona en un momento dado”.

¿Cómo están sobreviviendo estos animales? ¿Y qué tan bien?

Un nuevo estudio, The dogs of Chernobyl: Demographic insights into populations inhabiting the nuclear exclusion zone (Los perros de Chernóbil: perspectivas demográficas sobre las poblaciones que habitan la zona de exclusión nuclear), publicado en la revista Science Advances, aún no ha dado respuesta a esta pregunta fundamental. Pero los investigadores han podido recopilar datos importantes para permitir el siguiente paso.

El grupo estudió el ADN de tres grupos de poblaciones caninas: las que viven en la propia central de Chernóbil, las que se encuentran a unos nueve kilómetros, en la ciudad de Chernóbil, y otro grupo, a unos 45 kilómetros, en Slavutych.

Su tarea se vio facilitada por un descubrimiento sorprendente: los perros no vivían a la manera tradicional de los perros salvajes, ni de su antepasado más cercano, el lobo gris, sino en unidades familiares diferenciadas.

En consonancia con estudios anteriores, nuestros hallazgos ponen de relieve la tendencia de los perros semiabandonados, al igual que sus antepasados cánidos salvajes, a formar manadas de individuos emparentados”, escriben los autores en la sección de discusión de su artículo. “Sin embargo, nuestros hallazgos también revelan que, dentro de esta región, pequeños grupos familiares o manadas de perros errantes coexisten muy cerca unos de otros, un fenómeno que contradice la naturaleza generalmente territorial del antepasado más cercano del perro doméstico, el lobo gris”.

Estos grupos familiares diferenciados y la ausencia de mestizaje permitieron a los investigadores identificar fácilmente a los distintos perros a través de su ADN y distinguir así a los que vivían en la central nuclear de los que vivían más lejos.

Sabemos quién está emparentado con quién”, declaró a Science News una de las autoras, Elaine Ostrander, genetista del Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano.

El coautor Tim Mousseau, catedrático de Ciencias Biológicas de la Universidad de Carolina del Sur, lleva visitando el emplazamiento de Chernóbil y estudiando el destino de su fauna desde finales de los años noventa. Al mismo tiempo, empezó a recoger muestras de sangre de los perros de Chernóbil, curioso por saber cómo gestionaban sus cuerpos una carga radiactiva tan importante. Esas muestras se utilizan ahora en el estudio actual para examinar el ADN de los perros. Escriben los autores en su artículo:

Por tanto, los perros de Chernóbil tienen una enorme relevancia científica para comprender el impacto de las duras condiciones ambientales tanto en la fauna salvaje como en los humanos, en particular los efectos genéticos sobre la salud de la exposición a dosis bajas de radiación ionizante y otros contaminantes a largo plazo, es decir, su adaptación a las duras condiciones de vida los convierte en un sistema ideal para identificar firmas mutacionales resultantes de exposiciones históricas y actuales a la radiación”.

Los estudios de Mousseau sobre la fauna salvaje revelaron la reducción de la esperanza de vida de aves y pequeños mamíferos, así como la prevalencia de tumores, esterilidad y cataratas, entre otros fenómenos que se consideran relacionados con la exposición a la radiación.

Ahora se puede examinar si el ADN de los perros afectados por Chernóbil se ha alterado o cómo. Aunque los investigadores aún no saben si la exposición a la radiación en concreto provocó cambios en el ADN de los perros, tienen el lujo de poder compararlos como un grupo distinto de otras comunidades de perros asilvestrados. En palabras de Mousseau a Associated Press, los perros de Chernóbil “constituyen una herramienta increíble para estudiar el impacto de este tipo de situaciones”.

Esto, a su vez, puede ayudar a esclarecer si se están acumulando daños por radiación en sus genomas y cómo puede afectar a su salud y longevidad ―y a la de otros mamíferos expuestos de forma similar― ahora y en el futuro.


Linda Pentz Gunter es la especialista internacional de Beyond Nuclear y escribe para Beyond Nuclear International.

Fotografía de Tim Mousseau / CFF+ © 2020.


Fuente:

Linda Pentz Gunter, Dogs of war, 23 abril 2023, Beyond Nuclear Internacional.

Este artículo fue adaptado al español por Cristian Basualdo.

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